Llegó de la mano de una chica joven, no creo que se atreva, pensé yo.
Casi una niña, con cara de ángel caido.
- Bienvenida al paraiso de los infiernos - le musité, mientras llenaba de nuevo mi vaso de culo ancho.
Ella se sorprendió de ver a un hombre (o lo que quedaba de él) en la habitación.
- No me dijistes... no me dijistes que.
Intentó decir algo, pero M ya se estaba quitando la ropa y se dejó puesta apenas una camisa abierta.
Mientras acariciba su pelo sensualmente.
Yo me senté junto a la ventana a mirar como llovía, como aprendí a hacer de los gatos.
Con la misma mirada, con la misma ausencia.
Comenzó el ritual, primero la desvistió,c omo quien desviste a su hermana pequeña.
Le acarició el pelo, y agarraba levemente aquello senos.
No me miraba, M no me miraba, ella si que sabía toruturame.
No me iba a dejar participar.
Condenada. Me iba a dejar ver todo el espectáculo sin ser partícipe.
3 días sin una descarga, sin poder correrme, ni en su boca, ni en su culo, ni en su espalda, ni a solas.
Los cuerpos se confundian y entremezclaban.
Ambas rasuradas, podía ver las gotas de rocio caer por esos tersos muslos, yo muriendome de sed y viendo esa fuente manar a borbotones.
Esas lenguas libidinosas, juguetonas.
La joven aprendiz se encorvaba como una gimnasta, gemía como una gatita siendo devorada por una pantera.
Yo me quemaba por dentro. Deseo y rencor.
Apenas podía tragar el amargo bourbon.
Ambas se olvidaron de mi y gimieron como si no hubiese nadie más en el mundo.
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