Mi lengua recorre tu espalda, tus muslos semiabiertos, tus brazos bien separados del torso.
Toda a mi merced.
Recorro tu cuerpo una y otra vez, sin prisa, como si el tiempo se detuviera en cada poro, en cada pliegue, en cada orificio.
Tus muslos empapados de tu propio flujo,, que a cada pasada, yo dejo limpios y relucientes.
Eres una fuente de la cual yo no paro de beber, un cáliz que me llevo a los labios una y otra vez.
De vez en cuando te noto retorcerte, como si te atravesara electricidad, gimes, estiras las cuerdas que aprisionan tus extremidades, lloras y sonríes.
Yo, erecto, tranquilo y sereno, acaricio toda tu piel, como si de terciopelo se tratase.
Mis dedos se introducen tu interior, mis dientes hacen el amago de morderte.
Hace días que no salimos a ver el sol.
Sólo un transistor que se oye a lo lejos de fondo.
Una jergón destrozado por la batalla y los años.
Y sudor, mucho sudor y flujos corporales.
Te desato un brazo, para que puedas masturbarme, te niegas, no quieres ni tocarme.
Ya sabes que no acepto un no por respuesta y que no me tiembla el pulso si he de demostrarte quien manda aquí.
Retuerzo tu brazo, tu piel enrojece, tus huesos crujen, una lágrima se te escapa.
Al final cedes, siempre lo haces.
Yo satisfecho quiero descansar, la sesión e hoy ha sido especialmente agotadora.
Así que me coloco detrás de ti.
Lentamente te penetro, muy lentamente, mi falo duro como el mármol se humedece, se calienta mientras entra en tu interior lentamente.
Más duro se pone, un escalofrío recorre mi espina dorsal.
Susurro unas palabras en tu oído. Vuelves a gemir, yo sigo empujando, tan lentamente que cada milímetro que entro en tu interior lo noto como un viaje de mil kilómetros.
Me tiemblan los brazos de la emoción.
Parece que es nuestra primera vez, tu vulva abraza mi miembro con un desgarrador cariño.
Yo exploto dentro de ti, convulsionando, gritando, mordiéndote la espalda.
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