Despertarse, ubicarse, vestirse.
Estiro mis músculos y mi cuerpo.
Salgo a correr, como quien huye hacia su perdición.
Eso hago yo, correr muy rápido, muy duro, hacia lo que más me hace daño.
Ese dolor profundo, tan profundo que no me permite ni derramar una lágrima.
Ese dolor tan placentero, del que no puedo huir, por más que me entierre bajo tierra.
Cada día tengo una única obsesión: su piel.
Salgo a correr, hasta que quedo exhausto, descanso unos minutos y sigo corriendo.
Vuelvo a casa, una ducha ardiente, siempre lo más caliente posible, para recordar el infierno que vivo.
Hace años, muchos años, yo era un ser normal, ni siqueira persona, un ente gris, un subhombre, un despojo creado por una sociedad llena de mentiras televisadas, ganado consumista, engañado, marcado, sumiso, teledirigido.
Desperté, un mal día desperté y ya nada volvió a ser igual.
Ella me encontró, como quien encuentra una veta de oro.
Excavó en el sucio barro, golpeó la dura roca y empecé a emerger.
Corro por que todavía me queda mucho camino que recorrer.
_______________________________________________________________________________

Mi premio, un rato en el paraiso.
Cual mayor era el castigo, cual menor mi demostración de dolor, mayor era el premio.
Esa piel dulce como el nectar, esos labios carnosos más sabios que todos los profetas, esos ojos que conducían a mi paraiso infernal.
Esas manos que esculpió mi alma y mi cuerpo, que me enseñó a gritar, que me hizo este trozo de carne indolente, preparado para el placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario