domingo, 10 de marzo de 2013

Carne nueva, sangre fresca. Cap 2.

Subimos en mi coche.
Un enorme coche negro de cristales tintados, sonaba jazz suave en la radio, no es que me entusiarme, pero me relajaba.


Conduje, mientras ella hablaba, estudiaba algo, o eso creí entender, hija de un militar, o policía, o algo así, un cartero tal vez, el caso es que le gustaban los uniformes.

No le gustaba el lujo decía, pero llevaba ropa cara.

Yo le rozaba el muslo cada vez que cambiaba de marcha, ella cayaba cuando lo hacía, le gustaba, pero no quería admitirlo. Era de esas mujeres que suelen controlar la situación, de una belleza salvaje, que siempre la ha sacado buen provecho.

Se la veía atlética. Demasiado joven para mi gusto. Pero al menos era pelirroja natural.

Entramos a ese apartahotel donde yo solía ir mis días de descanso (cuando trabajaba, tenía un cuartucho cerca del trabajo).
Le serví otra copa que no necesitaba.
Le lió un porro y me ofreció. Lo dejé pasar.

Empezó por besarme salvajemente, pero yo no iba a dejar que marcara el ritmo.

Me levanté delicadamente portándola en mis brazos y la deposité sobre la cama como quien maneja fino crital.

Me fui al baño y abrí el agua de la bañera, encedí unas velas aromáticas.
La desnude lentamente, recreámdome en cada curva de su cuerpo, besando cada centímetro.
Cuando no podía más y estaba lista para ser poseida, la metí en la bañera y la lavé como quien baña a un bebé.
Se dejó hacer, todo era tan nuevo para ello, sólo entendía el sexo apra conseguir cosas, poder, manejar personas, favores sociales.

Dos horas de sexo salvaje, penetraciones, mamadas, cunilingus, golpes, insultos, arañazos y mordiscos. Dos horas de llantos, gemidos, placer, calcular bien la presión para no dejar marcas, para no hacer daño, sólo dominar.

Innumerables orgasmos, litros y litros de jugos vertidos, champan, velas, fresas, todo el kit completo.



Hay que atraer a la presa a la trampa antes de devorar su alma.

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