miércoles, 13 de marzo de 2013

Las palabras no hieren.

Estaba recostado, semidesnudo, con algo de música suave en el transitor.
En ese duermevela del vigilante.

La olí llegar mucho antes de oirla.
Ese aroma embriagador a peligro y deseo.

En esos momentos el corazón se me aceleraba, la piel se ponía tersa, mis sentidos se agudizaban.
Para esto es para lo que me había entrenado, para lo que me había preparado.

Como un perro de presa preaparado para la lucha.

Entró sigilosa como siempre, sabía que yo estaba despierto, chasqueó los dedos y se sentó tras quitarse la gabardina negra.

Un liguero, un corsé, unos labios rojos y carnosos.
Una maldad en la mirada.

Yo dejaba de ser dueño de mis actos, me abandonaba a sus deseos, a sus órdenes, perdía el control de mi ser.

Me acarició como quien acaricia un gato, me clavaba las uñas por el mero placer de verme sangrar.
Yo más me acercaba, salivaba, deseoso de atacar.

Mi miebro más desbocado que nunca, duro, terso, infinito.
Mis manos queriendo coger y desgarrar esa piel.

Sonrió, se levantó y fue a por una copa, yo quedé a los pies del butacón, esperando su regreso.
Dejó caer un poco del contenido de su golpe en el suelo, yo lamí, sumiso, mostrando mi obediencia.
Dejó caer otro poco más sobre su pierna, yo empecé a beber desde su pié, subiendo poco a poco, parando cada vez que con un sutil gesto lo ordenaba.

Separó las piernas, yo pude aspirar el aroma a sexo, a pecado, a sufirmiento extremo.
Besé esos muslos, lamí esos labios, mordí ese clítoris.
Yo ya no era un perro, ya no era una persona, ya no era un animal.
Era una fuerza más del universo, que había encontrado su razón, su motivo.

Bebí como aquel naufrágo perdido en la isla, que encuentra una fuente de agua potable.

Ya no habían más órdenes, más sutilezas, la agarré en peso, a orcajadas la monté, la estrellé contra la cama y la poseí como un lobo que despieza una liebre.
Sus uñas se partían a clavarse en mi espalda, mi miembro, a punto de estallar por la tensión, por la presión.
Mi corazón bombeaba ácido por mis venas con una presión sin límite.

Yo mujía, no recuerdo si era noche o día, no recuerdo nada, ya no erámos dos personas,  erámos dos demonios peleando por el dominio del universo.





Eyaculé con tanta fuerza, como un tiro.
No podía respirar, estaba caliente, estaba poderoros, estaba frenético.

Quería más, mucho más, quería no necesitar comer, ni dormir, ni respirar.
Sólo quería poseerla, que me poseyera.

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