Valencia es una ciudad horrible, mire por donde mire sólo veo gente desagradable.
Sólo estoy aquí por una razón, no me sé controlar.
No recuerdo por qué empezó la pelea, sólo sé que se lo tenía merecido.
Aún tengo los nudillos doloridos y las botas ensangrentadas.
Salir corriendo con un trozo de madera incrustado en la pierna no es fácil, pero el subidón de adrenalina mereció la pena.
Llego al motel, me estás esperando, me miras con mala cara, yo casi sin musitar me meto en la ducha, el agua llega al sumidero rosa.
Aún me queda rabia y adrenalina corriendo por mis venas.
Te oigo entrar en el aseo, miro hacia el espejo y veo tu ropa caer al suelo.
Tu piel blanca y suave me hace enloquecer.
Quien diría que ayo antes trabajaba en una oficina gris, en un trabajo monótono y aburrido.
Ahora apenas llego a semidelincuente de barrios bajos y que frecuenta locales llenos de putas, yonkis y chulos.
Menos mal que no hablo mucho, me descubrirían al oír mis frases largas y con palabras extrañas.
El agua de la ducha cada vez sale más caliente, o tal vez sea yo.
Me rodeas con tus brazos desde mi espalda.
Gruño cuando rozas mis heridas, eso no te detiene, siempre te ha gustado hacerme sufrir.
Casi sin mediar miradas ya te he penetrado, noto como me clavas tus dientes ene l cuello, eso quiere decir que me he precipitado, pero no me importa.
Mientras te empujo contra la pared de la ducha aún oigo los gritos de aquel pobre desgraciado que se equivocó al meterse conmigo.
Estamos en la cama de este motel, salvajes, dejo que me cabalgues, agarro tus pechos, los cuales muerdo, lamo, acaricio. Recorro tus muslos a los que me asio como si fueran mi tabla de salvación que me mantienen en el loco mundo que me rodea.
Estoy agotado, cansado, mis manos empiezan a sentir el dolor de los golpes.
No quiero parar, empiezo a perder el sentido, ya no soy yo.
Me convierto en otro animal más de la creación, con el instinto de supervivencia a pleno rendimiento.
Caemos rodando de la cama, recibo más golpes, que encienden más mis venas, que tersan más mi verga, el dolor (que en antaño me provocaba una fobia casi patológica) ahora es una sensación tan parecida al placer, que a veces, no alcanzo a distinguir.
Abro los ojos, no recuerdo cuando desmayé, te veo junto a la ventana fumando un cigarrillo.
Pondero mis fuerzas, si atacarte de nuevo o intentar recuperarme, acurrucado en un rincón como un animal herido.
Estás desnuda o al menos eso creo.
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