Paso mis días en gimnasios de mala muerte, mis noches en antros de ninguna categoría.
Esperando, esperando esa señal, esa llamada, esa luz en el quicio de la ventana que me permita subir.
Yo antes era una persona respetable, convencional, nunca pensé aquello que no me dijeran que debía de pensar, a veces busco ahogado en alcohol como llegué hasta lo que soy.
Todo empezó un otoño especialmente agradable, mi jefe, como siempre, quería que echase más horas, yo lo veía normal, había que arrimar el hombro, todo por la empresa, es la que nos da de comer. Salí de la oficina tarde, muy tarde, el camión de la basura había pasado ya, incluso habría pasado la media noche, caminaba hacia casa despacio, mirando a mi alrededor, todo era nuevo y extraño, nunca me había fijado como cambia el tempo. No oía ninguna televisión de fondo, ni mujeres hablar en el rellano de una puerta.
La poca gente que vi por la calle parecia extraña y peligrosa, yo me escondí en mi abrigo y seguí camininando procruando no mirar a nadie a la cara.
Unas luces de neón, de un local muy caro, era lo único que lucía en esa calle, no sé por qué, cogí ese camino a casa, hasta ese momento me di cuenta que era la primera vez que pasaba por allí, reconocí el coche de mi jefe, peor no le di importancia.
Una chica joven salía del local, ya recuerdo, fue su saber estar lo que me despertó, pasé junto a ella, pensando que podría necesitar ayuda (que iluso, el perdido en el mundo era yo, no ella), la miré y le pregunté con mi tímida voz de pazguato,
- ¿Necesita algo?, señorita.

- El que creo que de verdad necesita algo, es usted, señor.
Yo proseguí caminando, sin saber muy bien que ocurrió o por qué me dijo eso, frase que me resonaría en mi cabeza durante varias semanas.
¿Yo necesitar algo?, yo necesitar algo, yo necesitar algo, ¿que podría ser? Tengo trabajo, una casa, un televisor y hasta algún día podré tener coche. Lo tengo todo.
Ese día, si, fue ese día, algo se removió por dentro y no volví a ser el mismo
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