Dormía, yo ansioso.
Entré en sus aposentos tras una larga ducha.
Dormía, al menos eso parecía.
Estiré mi mano, y empezó a subir por uno de sus muslos, eterno y suaves muslos, sentí esa piel aterciopelada, eléctrica, cálida. Me estremecí, notaba la sangre latir en mi sien, y en mi entrepierna.
Se movió en la cama, no para apartarse, si no abriendo las piernas, mi labio tembló, no quería despertarla, aún no, poco a poco mis caricias fueron subiendo, hasta llegar a su púbis, a su monte de venus, extremadamente cuidadosos mis dedos acariciaron sus partes rosadas.
Gimió, empezó a lubricar, me costaba ya tragar saliva. Tenso, dispuerto, siempre dispuesto, mi falo erecto.
Poco a poco le introduje un dedo, se mordió un labio, aún no había despertado, pero lo haría en breve, intruduje dos dedos en su vulva, los movía con cautela, con delicadeza, empapados, mojados, buceando por el mar de su entrepierna.
Noté como agarraban mi mano y la empujaban más adentro. Poco a poco me fui poniendo de rodillas, sustituí mis dedos por mi lengua, por mi boca, por mi cara. Lamía esos labios empapados, sujetaba entre mis dedos ese clítoris inflamado.
Sus manos no dejaban escapar mi cabeza de entre sus muslos que apretaban mis sienene.
Esos muslos que me aprisionaban en una cárcel de placer.
Noté como su espalda se electrificaba, después del tercer orgasmo querías apartare, mis manos pasdas estrategicamente por su espalda, apretando su culo contra mi, no dejaban opción a escapar.
Mi verga a punto de estallar, clavaba sus uñas en mi espalda, en mi cabeza, en mi cara.
Yo quería hacerle sufrir un poco más, mi cara empapada de jugos.

Me giró de golpe, me cablagó como quien quiere domar a una fiera, con rabia, con dominación.
Eyaculé como un tiro, un semén caliente y corrosivo, como la vida misma.
El sudor empapaba mi espalda, por mi piel corrían cien mil voltios de energía.
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