Nadie te pide explicaciones cuando decides desaparecer quince días.
Iba a ser muy extraño, ser una persona normal, no disimular, no imitar; serlo.
Recogí a la pelirroja en un bar del centro, le imploré que una maleta pequeña, nada de ropa, nada de zapatos. Sólo lo imprescindible.
Se montó en el coche y como siempre, como nuestros últimos encuentros, empezó ella a hablar, hablaba de sus amigas, al parecer estaban encandiladas por ese hombre de coche negro, con ciratices y marcas por todo el cuerpo, que si me las tenía que presentar, que no creían que existiera de verdad, etc.

Cada vezmás caliente, cada vez más deshinibida.
Llegamos a aquella casa rural, entre montañas, cerca de un rio.
El lugar perfecto para descuartizar a una persona, nadie oiría los gritos.
Algo así era mi plan.
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