viernes, 15 de marzo de 2013

Carretera perdida.

Las luces de los coches eran estrellas fugaces que se cruzaban en mi camino.
Huía, huía más rápido de lo que lo había hecho nunca.

No sabía si de ellos, de ella, de mí, del destino...

El enorme coche negro reugía como un león, parecía deslizarse sobre el asfalto como una bailarina, grágil y suave, a 217 km/h.

No sabría reconocer si los coches que veía en el espejo retrovisor me seguían, o bien eran sólo otras almas errantes.

La aguja del cuentakilómetros temblaba, como lo hacían mis manos en tensión, apretando el volante.

La carretera se acababa, otro pueblo frente a mi, calles vacías, semáforos en rojo, gatos por las aceras.

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En mi cabeza se mezclaban las luces, las carreteras, el recuerdo de su piel, el brillo de sus ojos, sus dientes blancos y afilados, su dulce y cruel voz susurrando en mi oído.

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