viernes, 15 de marzo de 2013

Libre.

Mi deseo es mi perdición.

La carretera era solitaria, ya no se veían otros vehículos.
Levanté un poco el pie del acelerador.
Tragué saliva, la tensión empañaba los cristales.
El enorme coche negro, negro como la noche, negro como el futuro, pedía comida.

La carreteratan tranquila y serena, me hizo pensar, recordar, tomé consciencia de mis últimos años, como cambió todo aquella noche, como me destruí, como me creé, como me descubrió, como me creó, como me educó, como me ayudó. Como evolucioné.

A veces, unos segundos de Vida merece más la pena que mil años de existencia.

Pisé el acelerador, veintemil vueltas, deseaba reventar con el motor, con esa bestia negra indoliente, indestructible.

Quería acabar con todo, para volver a empezar en otra vida, otra vida donde todo fuera más facil.

Pisé el acelador, solté el volante, cerré los ojos.

Todo acabó entre rugidos de metal, gasoil y sangre.


Todo acabó para volver a empezar otra vida.





Carretera perdida.

Las luces de los coches eran estrellas fugaces que se cruzaban en mi camino.
Huía, huía más rápido de lo que lo había hecho nunca.

No sabía si de ellos, de ella, de mí, del destino...

El enorme coche negro reugía como un león, parecía deslizarse sobre el asfalto como una bailarina, grágil y suave, a 217 km/h.

No sabría reconocer si los coches que veía en el espejo retrovisor me seguían, o bien eran sólo otras almas errantes.

La aguja del cuentakilómetros temblaba, como lo hacían mis manos en tensión, apretando el volante.

La carretera se acababa, otro pueblo frente a mi, calles vacías, semáforos en rojo, gatos por las aceras.

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En mi cabeza se mezclaban las luces, las carreteras, el recuerdo de su piel, el brillo de sus ojos, sus dientes blancos y afilados, su dulce y cruel voz susurrando en mi oído.

jueves, 14 de marzo de 2013

Una llamada.

Recibí una llamada a media noche, como quien recibe una descarga eléctrica mientras se ducha.

Busqué mi enorme coche, pese a saber que ya nada era seguro.

Me estarían vigilando, si no lo estaban haciendo ya.

No miré atrás ni una sola vez, nunca los vería.

No dudé en arrancar el cohe, hacer rugir ese enorme motor, revolucionarlo a tope.

Buscar carreteras secundarias.

Seguramente habrían puesto un elementeo de seguimiento en el coche.

Correr a oscuras es un suicidio.

Pero esperar y no hacer nada no era mejor opción.

Complaciendo.

Llegué al ático, de madrugada, un enorme ático, diáfano, que reinaba esa infesta ciudad costera.


Dormía, yo ansioso.

Entré en sus aposentos tras una larga ducha.

Dormía, al menos eso parecía.

Estiré mi mano, y empezó a subir por uno de sus muslos, eterno y suaves muslos, sentí esa piel aterciopelada, eléctrica, cálida. Me estremecí, notaba la sangre latir en mi sien, y en mi entrepierna.

Se movió en la cama, no para apartarse, si no abriendo las piernas, mi labio tembló, no quería despertarla, aún no, poco a poco mis caricias fueron subiendo, hasta llegar a su púbis, a su monte de venus, extremadamente cuidadosos mis dedos acariciaron sus partes rosadas.

Gimió, empezó a lubricar, me costaba ya tragar saliva. Tenso, dispuerto, siempre dispuesto, mi falo erecto.

Poco a poco le introduje un dedo, se mordió un labio, aún no había despertado, pero lo haría en breve, intruduje dos dedos en su vulva, los movía con cautela, con delicadeza, empapados, mojados, buceando por el mar de su entrepierna.

Noté como agarraban mi mano y la empujaban más adentro. Poco a poco me fui poniendo de rodillas, sustituí mis dedos por mi lengua, por mi boca, por mi cara. Lamía esos labios empapados, sujetaba entre mis dedos ese clítoris inflamado.

Sus manos no dejaban escapar mi cabeza de entre sus muslos que apretaban mis sienene.
Esos muslos que me aprisionaban en una cárcel de placer.

Noté como su espalda se electrificaba, después del tercer orgasmo querías apartare, mis manos pasdas estrategicamente por su espalda, apretando su culo contra mi, no  dejaban opción a escapar.
Mi verga a punto de estallar, clavaba sus uñas en mi espalda, en mi cabeza, en mi cara.
Yo quería hacerle sufrir un poco más, mi cara empapada de jugos.

Al final me puse en pié, caí sobre ella ensartando mi espada en el corazón palpipante de su coño, un grito enmudeció la ciudad, un grito de placer, de dolor, de liberación.

Me giró de golpe, me cablagó como quien quiere domar a una fiera, con rabia, con dominación.

Eyaculé como un tiro, un semén caliente y corrosivo, como la vida misma.
El sudor empapaba mi espalda, por mi piel corrían cien mil voltios de energía.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Las palabras no hieren.

Estaba recostado, semidesnudo, con algo de música suave en el transitor.
En ese duermevela del vigilante.

La olí llegar mucho antes de oirla.
Ese aroma embriagador a peligro y deseo.

En esos momentos el corazón se me aceleraba, la piel se ponía tersa, mis sentidos se agudizaban.
Para esto es para lo que me había entrenado, para lo que me había preparado.

Como un perro de presa preaparado para la lucha.

Entró sigilosa como siempre, sabía que yo estaba despierto, chasqueó los dedos y se sentó tras quitarse la gabardina negra.

Un liguero, un corsé, unos labios rojos y carnosos.
Una maldad en la mirada.

Yo dejaba de ser dueño de mis actos, me abandonaba a sus deseos, a sus órdenes, perdía el control de mi ser.

Me acarició como quien acaricia un gato, me clavaba las uñas por el mero placer de verme sangrar.
Yo más me acercaba, salivaba, deseoso de atacar.

Mi miebro más desbocado que nunca, duro, terso, infinito.
Mis manos queriendo coger y desgarrar esa piel.

Sonrió, se levantó y fue a por una copa, yo quedé a los pies del butacón, esperando su regreso.
Dejó caer un poco del contenido de su golpe en el suelo, yo lamí, sumiso, mostrando mi obediencia.
Dejó caer otro poco más sobre su pierna, yo empecé a beber desde su pié, subiendo poco a poco, parando cada vez que con un sutil gesto lo ordenaba.

Separó las piernas, yo pude aspirar el aroma a sexo, a pecado, a sufirmiento extremo.
Besé esos muslos, lamí esos labios, mordí ese clítoris.
Yo ya no era un perro, ya no era una persona, ya no era un animal.
Era una fuerza más del universo, que había encontrado su razón, su motivo.

Bebí como aquel naufrágo perdido en la isla, que encuentra una fuente de agua potable.

Ya no habían más órdenes, más sutilezas, la agarré en peso, a orcajadas la monté, la estrellé contra la cama y la poseí como un lobo que despieza una liebre.
Sus uñas se partían a clavarse en mi espalda, mi miembro, a punto de estallar por la tensión, por la presión.
Mi corazón bombeaba ácido por mis venas con una presión sin límite.

Yo mujía, no recuerdo si era noche o día, no recuerdo nada, ya no erámos dos personas,  erámos dos demonios peleando por el dominio del universo.





Eyaculé con tanta fuerza, como un tiro.
No podía respirar, estaba caliente, estaba poderoros, estaba frenético.

Quería más, mucho más, quería no necesitar comer, ni dormir, ni respirar.
Sólo quería poseerla, que me poseyera.

Los recuerdos me hieren.

Cuando el dolor y el sufrimiento no son  el verdadero castigo, hay quien no sabe distinguir la realidad de los sueños.

Llevaba varias semanas encerrado en el ático de un hotel con vistar al mar, era invierno, uno de esos días soleados de invierno.

Como de costumbre daba vueltas por el enorme espacio diáfano, encerrado, enjaulado, prisionero.
No sabría cuando volvería mi dueña.

Dormir era un lujo de mortal, solo miraba por la ventana e intentaba quemar energía, esa energía que me quemaba las venas.
Mi cuerpo es tensión.

Cada varis horas oía como pasos se acercaban por el pasillo, por ese enorme y silencioso pasillo, sabía que no era ella, habría la puerta a jovencísimas camareras que empujaban un carrito, notaba sus miradas clavándose en mi cuerpo tatuado y lleno de cicatrices.

Algo para picar pensaba yo, a la espera del gran festín. Por un segundo pensaba en morder la yugular, pero... y si la dueña volviese.

¿Lo entendería como ofrenda? Sé que no.
Pero llevo días encerrado, sin nada bonito que destrozar.

En mis diatrivas se marchaba la grácil gacela, yo asuente seguía mirando por la ventana.

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Otras de sus estudiadas toruturas.
Mantenerme encerrado, enfurecido, hastiado, bulliendo adrenalina.

Así, para cuando ella volviera, la guerra sería épica.


martes, 12 de marzo de 2013

Cuando todo se acaba.

Varios días de resaca de sexo y golpes.

Una ciudad distinta, huyendo como siempre de los reflejos de los espejos.
O persiguiendo mi perdición.

Creo que sería viernes la fecha, todo estaba escrito en el destino.
Uno no se puede esconder esternamente de lo que el universo le depara. (O si).

Cogí mi coche y lo puse a 200 por las autovías más frecuentadas, la buscaba a ella, a la única, a la insustituible.

Para olvidarla lo intenté todo: las drogas, las palizas, las jovencitas, hasta a alguna que se le parecía mucho, pero nada, ni nadie la podía sustituir.

El veneno de sus labios es de sabor único.

Cuento las horas hasta el viernes.

Será mi final, lo sé.

Es como el pequeño insecto que vuela hacía la luz, consciente que le quemará cuando llegue, y aún así no puede evitarlo. (O si).

Fuerza.

Cada mañana la misma rutina.

Despertarse, ubicarse, vestirse.
Estiro mis músculos y mi cuerpo.
Salgo a correr, como quien huye hacia su perdición.

Eso hago yo, correr muy rápido, muy duro, hacia lo que más me hace daño.
Ese dolor profundo, tan profundo que no me permite ni derramar una lágrima.
Ese dolor tan placentero, del que no puedo huir, por más que me entierre bajo tierra.

Cada día tengo una única obsesión: su piel.

Salgo a correr, hasta que quedo exhausto, descanso unos minutos y sigo corriendo.
Vuelvo a casa, una ducha ardiente, siempre lo más caliente posible, para recordar el infierno que vivo.

Hace años, muchos años, yo era un ser normal, ni siqueira persona, un ente gris, un subhombre, un despojo creado por una sociedad llena de mentiras televisadas, ganado consumista, engañado, marcado, sumiso, teledirigido.
Desperté, un mal día desperté y ya nada volvió a ser igual.

Ella me encontró, como quien encuentra una veta de oro.
Excavó en el sucio barro, golpeó la dura roca y empecé a emerger.

Corro por que todavía me queda mucho camino que recorrer.

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Mis manos atadas a la espalda, sentado en una enorme silla de madera, sin mordaza, cera ardiendo caía sobre mi pecho, ni una mueca de dolor, ni una lágrima.

Mi premio, un rato en el paraiso.
Cual mayor era el castigo, cual menor mi demostración de dolor, mayor era el premio.

Esa piel dulce como el nectar, esos labios carnosos más sabios que todos los profetas, esos ojos que conducían a mi paraiso infernal.

Esas manos que esculpió mi alma y mi cuerpo, que me enseñó a gritar, que me hizo este trozo de carne indolente, preparado para el placer.

lunes, 11 de marzo de 2013

Primavera.

La fiera está hambrienta.
El calor aviva el fuego.
Estoy al rojo vivo.
Las mujeres enseñan la carne y yo estoy sediento de sangre.

Nunca es demasiado. cap 1.

Tener un trabajo sucio tiene sus ventajas.

Nadie te pide explicaciones cuando decides desaparecer quince días.

Iba a ser muy extraño, ser una persona normal, no disimular, no imitar; serlo.

Recogí a la pelirroja en un bar del centro, le imploré que una maleta pequeña, nada de ropa, nada de zapatos. Sólo lo imprescindible.

Se montó en el coche y como siempre, como nuestros últimos encuentros, empezó ella a hablar, hablaba de sus amigas, al parecer estaban encandiladas por ese hombre de coche negro, con ciratices y marcas por todo el cuerpo, que si me las tenía que presentar, que no creían que existiera de verdad, etc.

Conduje, conduje horas, mientras acariciaba sus muslos, me lo puso fácil, una valda volada de seda, donde mi mano se podía perder muslo hacia arriba, acariciando su monte de venus.

Cada vezmás caliente, cada vez más deshinibida.

Llegamos a aquella casa rural, entre montañas, cerca de un rio.
El lugar perfecto para descuartizar a una persona, nadie oiría los gritos.

Algo así era mi plan.

domingo, 10 de marzo de 2013

Carne nueva, sangre fresca. Cap 2.

Subimos en mi coche.
Un enorme coche negro de cristales tintados, sonaba jazz suave en la radio, no es que me entusiarme, pero me relajaba.


Conduje, mientras ella hablaba, estudiaba algo, o eso creí entender, hija de un militar, o policía, o algo así, un cartero tal vez, el caso es que le gustaban los uniformes.

No le gustaba el lujo decía, pero llevaba ropa cara.

Yo le rozaba el muslo cada vez que cambiaba de marcha, ella cayaba cuando lo hacía, le gustaba, pero no quería admitirlo. Era de esas mujeres que suelen controlar la situación, de una belleza salvaje, que siempre la ha sacado buen provecho.

Se la veía atlética. Demasiado joven para mi gusto. Pero al menos era pelirroja natural.

Entramos a ese apartahotel donde yo solía ir mis días de descanso (cuando trabajaba, tenía un cuartucho cerca del trabajo).
Le serví otra copa que no necesitaba.
Le lió un porro y me ofreció. Lo dejé pasar.

Empezó por besarme salvajemente, pero yo no iba a dejar que marcara el ritmo.

Me levanté delicadamente portándola en mis brazos y la deposité sobre la cama como quien maneja fino crital.

Me fui al baño y abrí el agua de la bañera, encedí unas velas aromáticas.
La desnude lentamente, recreámdome en cada curva de su cuerpo, besando cada centímetro.
Cuando no podía más y estaba lista para ser poseida, la metí en la bañera y la lavé como quien baña a un bebé.
Se dejó hacer, todo era tan nuevo para ello, sólo entendía el sexo apra conseguir cosas, poder, manejar personas, favores sociales.

Dos horas de sexo salvaje, penetraciones, mamadas, cunilingus, golpes, insultos, arañazos y mordiscos. Dos horas de llantos, gemidos, placer, calcular bien la presión para no dejar marcas, para no hacer daño, sólo dominar.

Innumerables orgasmos, litros y litros de jugos vertidos, champan, velas, fresas, todo el kit completo.



Hay que atraer a la presa a la trampa antes de devorar su alma.

Carne nueva, sangre fresca. Cap 3.

Llegué al cuarto del apartahotel mientras amanecía, con unos cruasanes recién hechos.
Esa mañana tuve que correr dos kilómetros más de lo habitual para encontrarlos, pero no me vino mal.

Ella seguía durmiendo, o al menos eso creía yo.
Ella seguía en la cama, desperezándose... no, se estaba tocando.
No me oyó en entrar. Eso me excitó.

Me quedé desde la puerta mirando.
Un precioso cuerpo esculpudio de veintitantos.
A su lado podría pasar por su padre.

Piel fina y suave, morena al sol.
Su mano derecha recorría su cuerpo,simulando las manos de otro, su mano izquierda dibujaba círdulos en su clítoris, sus dedos se alejaban unos segundos y se intriducián en su vagina, brillante y reluciente, empapada, abierta, esperando.

Yo miraba, la sangre me emebazaa alatir en la sien.
Me quité la ropa sudada, y también me acaricé.

Seguía con los ojos cerrados, sus manos se movían como por impulsos eléctricos, su espalda se arqueba, debía de faltarle poco, entré.

Al principio no me sintió, pero mis manos recorrieron esos firmes muslo ya empapados por su cara interior.
Mi lengua fue subiendo desde sus pies, lentamente, mordiendo su piel.

Mis manos la asían firmemente, la atraís hacía mi.
Bebí sus jugos, lamí su monte de venus lentamente, muy lentamente, dolorosamente lento.
Mi legua jugó con su clítoris, extremadamente inflamado, delicadamente, como quien saborea un pétalo de rosa, mis diente los sujetaros y soltó un grito sordo, miles de descargar eleéctricas le recorrieron en un segundo.
No quería correrse, se resitía, pero yo sabía hacer. Mis dedos buscaron sus orificios meintras mis labios no paraban.

Gritó, gritó como alguien que se le escapa la vida, gritó como quien nace, se retorció quemando sus últimas energías.

Yo la miré a los ojos y dije.

-¿Desayunamos?

Carne nueva, sangre fresca. Cap 1.

Salgo a la calle, el día ha llegado.

Restaurante elegante, comer bien siempre ha sido un placer.
Adrenalina en mi sangre, una sonrisa pícara en mis ojos.

Camino por la calle, una ciudad que huele a primavera y brisa de mar, me encanta estar vivo.
Me sienre libre de pecados, puedo mirar el espejo cara a cara.

Entro a un local con espectáculo, siempre es menos ridículo para estar solo.

Bourbon con hielo, obeservo a mi alrededor.
Me siento la presa, dulce corderito esperando una loba.

Mi traje de mil euros, una colonia bien cara, recien afeitado, mis zapatos relucionente.
Ella me enseñó cuidar los detalles.

Pobre de mí, poco más que un manojo de carne y huesos enropados con arpaos, era yo, ahora, ni la sombra de un ágel podría delumbrarme.

Llegó. Se sentó, se encendió un pitillo y me sonrió.

Me preguntó y hablaba lento, melosa en las palabras, yo recorria su cuerpo con la mirada, eso le gustaba, le sonteía cuando sabía que tocaba, no sabía lo que decía, si lo que quería decir.
Fui un caballero, la miré a los ojos y le dejé pagarme otra copa más.

Yo le acaricé la mano, cuando se notaba que ella quería más, mucho más.

No paraba de tragar saliva, yo le sonreía, se humedecía los labios, yo entrecerré mi mirada y le dije.

- Nos vamos.

No preguntó hacia donde, que má da.



Mármol. Cap 4.

Han pasado ya varias semanas desde que el perro se desterró del Edén.
Vagando por las calles, sin conocer misión.

Entro a los bares, ya con mi sembrlante más claro.
Ya no son los antros llenos de putas y yonkis.
Ahora he aprendido a frecuentar losestán los lugares donde la gente normal suele ir.

Recorro las barras, sin buscar, sin dejar ser encontrado.

Aún no sé para qué se soltarón mis cadenas.
Pero seguro que mi dueña tenía un plan.

Atisbo en lo más profundo del mi abismo, una meta.
Aprendo a volar, para saltar al vacío.

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Toda sigue siendo confuso.
La gente me parece extraña.
Meses sin contacto carnal con hermba alguna.
La fiera está loca. La fiera quiere carne.

viernes, 8 de marzo de 2013

Mármol. Cap 3.

Ser un tipo callado nunca fue una elección.
No por que pensara que lo que fuera a decir no fuera interesante o importante.
Simplemente nunca he disfrutado de un público que mereciera la pena.

Eso me achacó tener fama de tío discreto y prudente, yo, el más temerario de los mortales, yo que volé hacia el sol hasta que mis alas se derritieron.

Me encargaron un trabajo especial, de chofer, llevar a un tipo de esos importantes, tan importante que nadie sabía quien era, no figuraba en ninguna lista, ni en nigún comité asesor, ni si quiera en la prensa nacional.
Esas personas que controla el mundo, que con un sólo chasquido de dedos, puede provocar guerras o arrasar paises.

Para mí no era más que otra fuente de ingresos.
Llevarlo, traerlo, asegurarme de que nadie nos siguiera, no llamar la atención, no hablar.
Lo que mejor se me daba.

Ella me enseñó a mirar a los demonios a los ojos sin miedo, este no no era más que un pobre mortal.

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Las calles atestadas de gente me aprecian vacías. Tan llenas de gente, tan vacías de vida.
Todo era tan extraño, tan carente de importancia, tan irrelevante.

Mi nombre no era más que un número de cuenta donde cada 4 días hacía un ingreso.

Mármol. Cap. 2

Antaño barro, más tarde piedra, luego un buen trozo de mármol.

Esculpido, en la calle, es cuartos lúgubres, en gimnasios de barrios marginales, en hoteles, y ahora, ahora la obra casi está terminada.

Como el escultor que sueña que su obra magna va a echar a volar.

Así me encontraba yo, triste, triste y sólo.

Como un perro obediente y muy bien domesticado al que el universo obliga ser libre.

Sin saber que hacer.

Asústado, un temor que proviene de los más profundo.
Del abismo más negro y vacío.

Una vez conocido el paraiso de la mano de ella, me encuentro sólo, como un pájaro que remonta su primer vuelo.

Ya no hay a quien buscar, ya no hay a quien obedecer, ya no hay a quien temer, ... más que al abismo.

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Me intalé en uno de esos sucios moteles, como los que me obligó a abandonar, para comenzar desde cero, desde un paso más atrás de donde me  dejó.

Busqué trabajo en una empresa de seguridad, ló único que he aprendido en estos últimos tres años ha sido es a encajar golpes.

Por la noche seguía yendo a los gimansoios habituales para hacer de esparring.

Me sobraba tiempo para pensar, ese era mi abismo.


jueves, 7 de marzo de 2013

Mármol. Cap 1.

El tiempo pasa a ser algo tan inrelevante cuando el universo trabaja para uno mismo.

Mi mente se está volviendo clara, la pasión que fluye por mis venas es como ácido de batería.
Mis ojos, una vez fríos y distantes, ahora son serenos y potentes.

He aprendido tanto, he tenido una dueña que me ha enseñado tan bien.
He peleado en tantas batallas, que los golpes de los humanos no han sido más que caricias.

He aprendido tanto.
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Espero bajo la lluvia, es una esquina tansitada.
Nadie se sorprende al ver a un hombre parado, mojándose.

La lluvia a veces es tan purificadora.

Sólo espero una señal, la señal, la única señal.
Esa que hace que todo vuelva a empezar, que mi corazón lata con más fuerza, que mis músculos se pongan en tensión, mis sentidos se disparan y adquiero nuevos poderes.

Mi mente lo escucha todo, lo ve todo, lo sabe todo, los siente todo.
Es como si yo viviera estuviera latente a la espera de este momento.

La luz se enciende, dejo pasar unos minutos, cada segundo que estoy parado es como una aguja al rojo que atraviesa mi piel, un dolor tan placentero, que me autoinflinjo, antesala de lo que vendrá.

Subo los escalones, uno a uno, trago saliva, ese miedo que me recorre la espalda hace que mi deseo se acrecente.
La huelo, ya la huelo, incluso detrás de la puerta, ese olor a armizcle, dolor, deseo y lujuria.
Mi pecho empieza a temblar, aprieto mis puños duros y frios como el marmol.

Abro la puerta, la estancia está a oscuras, escucho música, esto es nuevo -o tal vez yo nunca antes me hubiera percatado- huele a incienso y velas.

Sobre la mesa puedo distinguir el resplandor del brillo del cuero y el metal.
Mis ojos sonrien, caigo de rodillas y me pongo a esperar.

De pie.

Llevaba ya varios meses en esa ciudad, era un lugar anónimo y cómodo para vivir.
Conseguí un trabajo en el que pasaba desapercibido y no tenía que hablar con nadie, me dejaba tiempo libre para seguir esiendo golpeado, tanto dentro como fuera del ring.

Aprendía  dominar mis necesidades, mi adicción a su voz.

Caminaba por esas calles con la cabeza bien alta, algo en el aire me hizo evolucionar.
Dejé de frecuentar los oscuros antros donde me escondía, aprendí a pasar desapercibido a plena luz del día, aprendía a ser transparente, me mimeticé con las calles de la ciuad, con la masa que las poblaba.

Yo era esa persona que la naturaleza recobró, haciéndolo ir a la parte más salvaje e instintiva, y que poco a poco, re-evolucionaba para volver a pisar el asfalto, ahora con otra alma.

Aprendí a contener a la besta y soltarla sólo cuando era necesario, sonriendo cortestmente a los hombres, que hacía tan sólo unos meses hubiera desmembrado. Manteniendo conversaciones con bellas señoritas sin sustancia, como quien está en un simulador de vida virtual.

Por que eso era para mí, pisar esas calles no era más que un pasatiempo, un entretenimiento hasta que sonara la voz de mi dueña y me hicira vovler a sus pies.


miércoles, 6 de marzo de 2013

Todo se acaba cuando se acaba.

En toda locura hay momentos de lucidez.

Y pensar que yo llegué a ser como vosotros, un hombre honrado, trabajador, hipotecado...

Esperad, ¿de verdad fuí así?
¿No sería otra persona con la misma cara y el mismo nombre?
Si, debe ser eso, alguien muy parecido a mi, con mi mismo nombre y mi misma edad, es imposible que de aquellas tierras estos lodos.

Yo ya no soy un hombre al uso.
Ya no camino por estas calles como lo hace un cualquiera.

Cuando camino sobre el asfalto sé donde voy y por qué.
Ella me enseñó esto y muchas otras cosas.

He tenido infinidad de trabajos repugnates, tan repugnates como el dinero que me pagaban por ellos, para poder subsitir, de sucio motel en sucio motel, de gimnasio en gimnasio, siendo un púgil más, que nunca termina de caer, pero que no sabe pegar.

Ahora mismo me es extraño el confort de las casas, esos extraños aparatos que emiten imágenes y sonidos huecos y vacios que matan el alma.
El calor y la comida cocinada.

Soy lo más parecido a un animal salvaje que pueda caminar por vuestras calles.

Pero algún día creceré y me erguiré sobre vosotros.
Aún me queda mucho por aprender, pero mi ama ya se encarga de mi, ya se encargará de mi.

Por eso la busco desesperado por todas los rincones de esta ciudad sin alma.

Ella me liberará de las cadenas que me atan a este sinsentido que vosotros llamáis vida.
Y me engrilletará a la libertdad más preciada.


De madrugada.

Muy borrachos, esos si lo recuerdo.
Ibamos cuatro o cinco personas en el coche, y entramos en el 24 horas a comprar más bebida.
Nos dirigimos a una casa, seguíamos en la playa, eso si lo recuerdo.

Éramos tres mujeres y dos hombres, la noche se presentaba bien.
Dos de las mujeres, hicieron exhibición de su desibinición, a ver como quedaba la cosa, que no fuera agua de borrascas.

Mi compadre iba completamente borracho, yo dudaba de que pudiera hacerme de lancero, pero tenía un plan B.

Yo tenía mi fija puesta en mi presa, me miraste a los ojos y leíste lo que llevaban escrito a sangre en ellos.


Empezaste a besar a una de las chicas, la más suelta de las dos, la cosa hizo gracia los primeros quince minutos, después, cuando intetamos desnudarlas, se asustaron, entre sollozos se fueron corriendo a la calle.

Mi compadre no se percató de la jugada, ya que llevaba un rato durmiendo en el sofá, me tocaba actuar, lo desperté.

- Eh! eh! tú, despierta, que nos toca actuar.

Apenas levantó la cabeza y me miró extrañado, eran las primeras palabras que salieron de mi boca esa noche y se flipó, lo mismo creía que era mudo.

Mientras le hablaba iba preparando las rallas, una tras otra hasta el infinito.
Una coca buenísima que me ajencié previsor de mi.

Me miro a los ojos y luego mis manos, se incorporó, este juego ya le gustaba más.
Se iba metiendo una ralla tras otra, sin preguntar a los demás, claro, nadie quería.

Se fue animando, yo le preparé una copa, tú te pusiste cómoda.

Cuando entraste en la habitación, semi desnuda, yo me puse en pie y empecé a quitarme la ropa, él me miró asustado y le dije que se desnudara.

Lo cogi de la pechera con violencia, como sé que te gustaba, le tuve que empezar a arrancar yo la camisa.
Pusiste de tu parte y comenzaste a lamerle el rabo a él, costó, pero al final la sangre llegó donde tenía que llegar.
Yo te lamia a ti, por todas partes, como me enseñaste.
Primero te hice lubricar, luego pasé a la puerta de atrás.

Gemiste, pocas veces te había oido gemir antes de penetrarte, apreté tus muslos con mis dedos, intruduje más la lengua, me recreé en tu ano, bien salivado.

Estabas más que preparada, mi compadre no sabía si todo aquello era un sueño.
Ahí mismo, de pié, te penetramos a unísono.
Era un baile a tres  que no terminaba nunca.

Tuvimos que parar dos veces para que mi socio recargara fuerzas por la nariz.

Seguimos llenándote hasta que ninguno de los tres pudimos más.
Te bañamos en semen mientras reías.

Nunca te odié tanto.


Redención.

Llegué a esa lujosa habitación, con ventanales que daban al mar.
Ese aroma salado que tanto me embriagaba.

Si tuviera que elegir entre morir entre sus manos y morir ahogado, no sabría que elegir.

Llegué sin saber no me metía,  todo era nuevo para mi.
Lujo, espacio, limpieza.

Había una nota en encima de la mesa, leí el mensaje, no conocí la letra, pero si la intención.

"Entra.

Tumbate en el suelo.

Espera"

Esperé, una hora eterna, dos horas, tres veces llegó a amanecer en la espera.

El servicio de habitaciones me traía cada 8 horas comida.
Comida que yo apenas tocaba, pues no era esa hambre la que yo tenía.
Cada día allí encerrado me volvía más loco, mas desquiciado.

Quise irme, alejarme, huir...
Iluso, sé que no podría.
Uno no puede huir de lo que es.

Por fin llegó, yo dormitaba en el sulo, no osé a rozar la enorme cama que presidia la habitación, era de madrugada.
Yo me arrastré hasta un rincón.

Podía reconocer el sonido de sus tacones de aguja a miles de kilómetros, en medio de una tormenta.

Soltó su abrigo que la cubría entera, apenas pude ver en las tinieblas su cuerpo a contraluz, un liguero, no pude ver si llevaba algo más puesto.
Me llamó, chasqueando los dedos, como quien llama a su mascota.
No tuve valor de ponerme en pie, no respiraba, no me movia.
Otra vez me llamó, tuve que obedecer.

Me acerqué lentamente, temeroso.
No me atreví a levantar la vista.
Acarició mi testa, pude sentir su sonrisa, no me guardaba rencor, pero me lo haría pagar caro.
Yo pude oler su sexo, lentamente fue guiando mi cara hacia su vulva, estiré la lengua y pude saborear el rocio que bullía desde su interior.
Apretó fuerte mi cabeza contra su pubis.
Yo lamí, mordí, bebí, besé, supcioné.  Como el sediento en mitad del desierto que encuentra un oasis. De repente algo me golpeó, algo romo, duro, algo se estrelló contra mi craneo liso y afeitado.
Me desplomé.

Desperté borracho, conmocionado, esposado a un radiador, crucificado contra la pared, sentado desnudo sobre el parqué.

Sus manos estaban enfundadas en largios guantes de latex, su sonrísa esta más afilada que nunca, sus tacones también.
Su fusta replicó a dos centímetros de mi oído.
Mi miembro estaba erecto, pero aprisionado por un anillo de metal.
sonreí, pero fue una risa nerviosa.

Esto era nuevo y lo nuevo ya no me asusta, a no ser que venga de ella, entonces me aterra.
Se puso frente a mi, yo sabía lo que tenía que hacer, bebí de su fuente, retrocedió un paso y se puso de cuclillas obre mi.
Entrar de nuevo en ella era lo que ansiaba y temía.
Me estuvo cabalgando durante horas, cada vez que sentía que podía eyacular, paraba, me castigaba, y volvía a empezar.
Yo la sentía retorcerse haciá atrás, cada vez que le llegaba un orgasmo, notaba sus tacones clavarse en mis muslos, notaba sus dientes desgarrar mi carne.

Dos días más duró la tortura hasta que al final pude correrme, una explosión de semen caliente que bajó desde el mismo encéfalo.
Creí desvanecerme. Ella sonrió, sabía que la tortura me había dejado extenuado.

- Muy bien perrito, no vuelvas a desobedecerme, ¿lo has oido?, no vuelvas a desovedecerme.


Se marchó, pude oir sus tacones de agujar alejarse.

Resignado.

Han pasado ya demasiados días.

Camino por las calles como perro sin amo.

Triste, siempre triste.

Hambriento, sediento, con mono de sangre.

Cansado y exhausto.

Entro a los bares, andie a la altura.
Mujeres que se creen femme fatale y no son más que niñas asustadas de carnaval, con máscara y maquillaje.
Las cicatrices les asustan.

Creo que he errado de ciudad. De continente, de mundo, de siglo.

Seguiré buscando dueño.


Agua caliente.

Entro en la ducha.

El agua caliente hace quue mis cicraticen comiencen a ebullir, me siento vivo, siempre me pasa cuando llego a orillas del mar.

Mi cuerpo ya no está vapuleado, me siento en forma, casi optimista, me atrevería a decir.

He vuelto a salir a correr descalzo por la arena, ya no bebo tanto, ya no me meto en peleas.

En estos días algo dentro me empieza a doler, ¿tal vez la esperanza de poder ser un nuevo yo?
Sin su veneno recorriendo cada rincón de mi.

Por eso corro, para huir de esa idea, para caminar hacia esa idea.

Todos mis sueños tienen la misma cara, el mismo cuerpo, los mismos golpes.
Necesito esa tortura, ese daño, ese dolor.

Siempre llevo encima un trozo de cuerda, por si me la cruzara de imprevisto.
A veces, cuando camino vigilante, la acaricio levemente, recordando su tacto, juego con ese trozo de soga entre mis dedos, dentro de mi bolsillo, el bulto de mi pantalón empieza  a despertar.

Aprieto los dientes y busco, y busco como nunca lo he hecho antes.

¿Como es posible que me torture de esta manera sin siquiera estar?



martes, 5 de marzo de 2013

Desintoxicación.

Llevo un tiempo infinito sin notar que su veneno se infiltre en mi piel.

Pueden ser tres días, pueden ser tres siglos, pueden ser tres minutos.

Puedo no atravesar nunca más mis venas con sus palabras, pero ella siempre estará ahí.

Pendiente de mis errores, de mis debilidades, de mis dudas.

Lo he intentado, pero no hay vuelta atrás, lo sé, lo sabe.

Mi piel ha sido curtida tras mil batallas, tras mil golpes.
He aprendido a dominar ese universo encerrado en una lágrima de placer.

Pero eso no es nada.

Los titanes hablan con los demonios universales, cara a cara.

Eso es otra batalla.

¿Quieres guerra?




Tortura, ensallo 1. Rencor y bourbon.

Llegó de la mano de una chica joven, no creo que se atreva, pensé yo.
Casi una niña, con cara de ángel caido.

- Bienvenida al paraiso de los infiernos - le musité, mientras llenaba de nuevo mi vaso de culo ancho.

Ella se sorprendió de ver a un hombre (o lo que quedaba de él) en la habitación.

- No me dijistes... no me dijistes que.

Intentó decir algo, pero M ya se estaba quitando la ropa y se dejó puesta apenas una camisa abierta.
Mientras acariciba su pelo sensualmente.

Yo me senté junto a la ventana a mirar como llovía, como aprendí a hacer de los gatos.
Con la misma mirada, con la misma ausencia.

Comenzó el ritual, primero la desvistió,c omo quien desviste a su hermana pequeña.
Le acarició el pelo, y agarraba levemente aquello senos.

No me miraba, M no me miraba, ella si que sabía toruturame.
No me iba a dejar participar.

Condenada. Me iba a dejar ver todo el espectáculo sin ser partícipe.
3 días sin una descarga, sin poder correrme, ni en su boca, ni en su culo, ni en su espalda, ni a solas.

Los cuerpos se confundian y entremezclaban.
Ambas rasuradas, podía ver las gotas de rocio caer por esos tersos muslos, yo muriendome de sed y viendo esa fuente manar a borbotones.

Esas lenguas libidinosas, juguetonas.

La joven aprendiz se encorvaba como una gimnasta, gemía como una gatita siendo devorada por una pantera.
Yo me quemaba por dentro. Deseo y rencor.
Apenas podía tragar el amargo bourbon.

Ambas se olvidaron de mi y gimieron como si no hubiese nadie más en el mundo.



23 min.

La mordaza en la boca, sin poder gritar, ni gruñir, ni morder.

Tú si que sabes torturame.

Una leve sonrisa se dibuja en mis ojos al recordar mis días de calabozo, principiantes.

Como apagas tus cigarrillos en mi pecho, buscando el hueco sin tintar.

Como me destrozas con tus palabras apenas pronunciadas en mi oído.

Se me estremece el alma.

Un golpe rápido, seco, contundente, mi cara se gira, aguanto estoico el dolor, no quiero mostrarte mis debilidades, es nuestro juego.

Por fin me quitas la mordaza, te abres de piernas delante mia, sigo de rodillas, y comienzo a beber.
Me deleito saboreando la cereza de la vida.
23 minutos de bacanal banquete.


Libre.

Camino libre, tras varios días preso, tras recibir decenas de palizas, bolsas en la cabeza, porras y bates.

Principiantes.

Si te conocieran, te contrararian.

Una solo palabra tuya desgarra más mi piel que todos sus golpes.

Ahora como un perro herido busco cobijo en tus brazos, entre tus muslos, dentro de tu coño.

Necesito lamer mis heridas. Necesito lames tus labios, los de arriba y los de abajo.
Necesito que los golpes sean cálidos.

Hoy no es día de venganza.




Enjaulado.

Que ilusos, pensaban que cuatro paredes me iban a detener.

Aquí estoy, en este calabozo frío y húmedo (que recuerdo más bonito).
Aún no se han atrevido a quitarme las esposas, y eso me hace recordarte, incluso uno de los guardias se extraño ver mi bulto en el pantalón cuando me las apretaba aún un poco más.

Yo gruñí, no supe bien si de dolor o de placer, como me recuerda todo esto a ti.
Una habitación osura, sólo, esposado, golpeado, .... que sublime placer.
¿Enjaulado?

Sólo me falta oir tu voz maldiciendo mi alma y tendré un orgasmo.

Mi mueca es media sonrisa de lado, los guardias no se atreven a venir a habalr conmigo, los oí murmurar, que habían tenido muchas clases de locos ahí habajo, "pero este si que daba escalofríos."

Yo me pongo de rodillas, como te gustaba a tí, cierro los ojos con fuerza, intentando recordar tu cara otra vez, sonrio, se me escapa una carcajada que resuena es todo el sótano.

Oigo llorar a alguien al fondo, creo que no tardarán de mandar a un médico para que me sede, les doy demasiado miedo.

Te dibujo en mi mente, ese pelo negro, brillante, esas botas que te sueles poner cuando me castigas, esa fusta que chasquea a dos centrímetros de mi oido.

Juraría que noto tus dientes desgarrar mi peil, me muerdo los labios para sentir algo parecido al dolor.
Mi pantalón está a punto de estallar.

Que pena que tenga las manos inutilizadas, muevo mis muñecas, quiero que el frío metal de las esposas me haga sangrar.

De rodillas, como a ti te gusta, trago saliva una vez más.
Noto tus golpes una vez más, una vez más... ya.

Me desplomo cara contra el suelo, apenas puedo respirar.
Una pena que no estuvieras aquí para poder disfrutar conmigo.

Estoy cansado.

Estoy cansado.
Llevo caminando varios días bajo la lluvia, empapado, derrotado.
Mi cráneo liso, como de una calavera, desprende calor, algo debe de haberse quemado allá dentro, ¿otro fusible?

Entro a una sucia habitación de motel, son todas la misma, en distintos sitios, en distintas ciudades, pero son todas la misma.

Mi primera mirada es hacia la cama, y no estás, en la ventana tampoco, parezco decepcionado.

Dejo mi petate en el suelo, suena a metálico, las cadenas pesan.

Enjuago la ropa sudada, camino con sólo una toalla a mi cintura, hace frío, lo noto bajo mis pies, mi cuerpo está duro, dolorido, tenso.

Me echo a dormir.

Me despierto en mitad de la madrugada, no lo puedo soportar, esta adicción es demasiado fuerte y te salgo a buscar.
Recorro kilómetros y kilómetros, dejó de llover y queda una clara noche de suelos mojados, de charcos multicolores.

Llego bajo esa ventana, con la luz apagada, hoy me va a dar igual.

Mordiéndote la espalda

Mi lengua recorre tu espalda, tus muslos semiabiertos, tus brazos bien separados del torso.
Toda a mi merced.
Recorro tu cuerpo una y otra vez, sin prisa, como si el tiempo se detuviera en cada poro, en cada pliegue, en cada orificio.
Tus muslos empapados de tu propio flujo,, que a cada pasada, yo dejo limpios y relucientes.
Eres una fuente de la cual yo no paro de beber, un cáliz que me llevo a los labios una y otra vez.
De vez en cuando te noto retorcerte, como si te atravesara  electricidad, gimes, estiras las cuerdas que aprisionan tus extremidades, lloras y sonríes.

Yo, erecto, tranquilo y sereno, acaricio toda tu piel, como si de terciopelo se tratase.
Mis dedos se introducen tu interior, mis dientes hacen el amago de morderte.


Hace días que no salimos a ver el sol.
Sólo un transistor que se oye a lo lejos de fondo.
Una jergón destrozado por la batalla y los años.
Y sudor, mucho sudor y flujos corporales.

Te desato un brazo, para que puedas masturbarme, te niegas, no quieres ni tocarme.
Ya sabes que no acepto un no por respuesta y que no me tiembla el pulso si he de demostrarte quien manda aquí.
Retuerzo tu brazo, tu piel enrojece, tus huesos crujen, una lágrima se te escapa.
Al final cedes, siempre lo haces.

Yo satisfecho quiero descansar, la sesión e hoy ha sido especialmente agotadora.
Así que me coloco detrás de ti.
Lentamente te penetro, muy lentamente, mi falo duro como el mármol se humedece, se calienta mientras entra en tu interior lentamente.
Más duro se pone, un escalofrío recorre mi espina dorsal.
Susurro unas palabras en tu oído. Vuelves a gemir, yo sigo empujando, tan lentamente que cada milímetro que entro en tu interior lo noto como un viaje de mil kilómetros.
Me tiemblan los brazos de la emoción.
Parece que es nuestra primera vez, tu vulva abraza mi miembro con un desgarrador cariño.
Yo exploto dentro de ti, convulsionando, gritando, mordiéndote la espalda.

No recuerdo como llegué aquí.

Entierro tantas horas en alcohol buscando respuestas, que los pasados años quedan tan lejanos, como enterrados bajo toneladas de abono.

Paso mis días en gimnasios de mala muerte, mis noches en antros de ninguna categoría.
Esperando, esperando esa señal, esa llamada, esa luz en el quicio de la ventana que me permita subir.


Yo antes era una persona respetable, convencional, nunca pensé aquello que no me dijeran que debía de pensar, a veces busco ahogado en alcohol como llegué hasta lo que soy.

Todo empezó un otoño especialmente agradable, mi jefe, como siempre, quería que echase más horas, yo lo veía normal, había que arrimar el hombro, todo por la empresa, es la que nos da de comer. Salí de la oficina tarde, muy tarde, el camión de la basura había pasado ya, incluso habría pasado la media noche, caminaba hacia casa despacio, mirando a mi alrededor, todo era nuevo y extraño, nunca me había fijado como cambia el tempo. No oía ninguna televisión de fondo, ni mujeres hablar en el rellano de una puerta.

La poca gente que vi por la calle parecia extraña y peligrosa, yo me escondí en mi abrigo y seguí camininando procruando no mirar a nadie a la cara.

Unas luces de neón, de un local muy caro, era lo único que lucía en esa calle, no sé por qué, cogí ese camino a casa, hasta ese momento me di cuenta que era la primera vez que pasaba por allí, reconocí el coche de mi jefe, peor no le di importancia.

Una chica joven salía del local, ya recuerdo, fue su saber estar lo que me despertó, pasé junto a ella, pensando que podría necesitar ayuda (que iluso, el perdido en el mundo era yo, no ella), la miré y le pregunté con mi tímida voz de pazguato,

- ¿Necesita algo?, señorita.

Apenas me miró y enciendose un cigarro me dijo con una voz clara y segura.

- El que creo que de verdad necesita algo, es usted, señor.

Yo proseguí caminando, sin saber muy bien que ocurrió o por qué me dijo eso, frase que me resonaría en mi cabeza durante varias semanas.

¿Yo necesitar algo?, yo necesitar algo, yo necesitar algo, ¿que podría ser? Tengo trabajo, una casa, un televisor y hasta algún día podré tener coche. Lo tengo todo.

Ese día, si, fue ese día, algo se removió por dentro y no volví a ser el mismo

lunes, 4 de marzo de 2013

Re-encuentro.

La recordaba más delgada. pero el tiempo la había tratado bien.
¿Cuantos años hacía que no la veía? ¿quince? ¿veinte?
Con ella empezó todo.
Aún siendo menor que yo un par de años, me enseño a caminar por los tortuosos caminos de la depravación.

Y fui un buen alumno.
Si señor.

Nos tomamos un café, hablando del pasado, del presente, de naderias.

Dos o tres silencios incómodos, habían pasados demasiados años, si en su día sólo nos unió el sexo, pasados estos lustros...
Pagué los cafés y ella me dijo al oído, "la habitación la pago yo".

La seguí calculando los pasos, las palabras, las intenciones.

Habian pasado tantos años, que no sabía cual era su rol actual, dominante, viciosa, recatada; la vida da tantas vueltas.

Yo había aprendido algunos trucos, había ganado experiencia, deprevación y forma física, ya no era aquel politoxicómano enclenque.

Decidí no darle opción a que tomara inicativa, la tiré contra la cama y le arraqnué la ropa clavando mis ojos de fiera salvaje en sus ojos, vi el temor en los suyos, no sabía de lo que yo era capaz.
Incluso musitó algo temblororsa, yo le sonreí como sonrie el verdugo a su víctima. Le dije que no tuviera miedo, que no le iba ha hacer daño, (pobrecita, nunca pilló mi sarcasmo).

Pasadas tres horas la habitación era el escenario de una batalla campal, con muebles y vasos rotos, sabanas manchadas de sangre en el suelo, una baño inundado y dos cuerpos exhaustos dormitando sobre un viejo colchón.

Me sonrió y me dijo que el tiempo me había tratado bien.
Yo sin cambiar el semblante le pregunté si estaba preparada para el segundo asalto.

Llueve.

Camino por calles solitarias, llueve como hace siglos que no lo hace, con fuerza, con rabia.
Como si todo el agua del universo callera sobre mi para lavar mis pecados.

Camino, tiritando de frío, la fiebre me está empezando a hacer delirar.

Yerro en mi camino varias veces, me encuentro perdido, un reflejo de mi cara en un charco me recuerda que estoy en la calle caminando.

Alguien me agarra del brazo y encamina mis pasos.
Llegamos a un lugar que es vagamente familiar. Subimos unas escaleras y entramos a una de tantas habitaciones de motel.

Oigo el agua correr, la bañera se llena.
Noto las manos de una mujer como desnudan, tiemblo de frío.
Agotado, enfermo, derrotado.

Consigue arrastrarme hasta una bañera llena de agua humeante.
Noto como las agujas atraviesan mi piel, el calor es tal que creo que he empezado a sudar sangre.

Sus manos me enjabonan, lo noto en sueños.
Empieza a masturbarme, no puedo siquiera hacer un gesto para negarme.
Mi falo tiene vida propia, parece que no está enfermo.

El agua de la bañera empieza a caer sobre el piso del aseo.

Ha entrado en la bañera, se ha colocado sobre mi, noto como la penetro, ¿o es ella la que me absorve a mi?
No tengo feurzas para negarme, para impedirlo.

Noto el agua fria bajo mi espalda ¿cuanto tiempo lleva sobre mi?

Duermo durante horas en una cama, no sé precisar si es de día o de noche, una y otra vez noto sus manos buscando mi verga que se inyecta de sangre, como encantadora de serpierte sabe hacerla bailar, pero nunca estallar, la deja preparada para otra batalla.

¿Son tan solo horas o ya llevamos días encerrados?

Ansío el día en que recupere las fuerzas y vuelva a ser libre.

Mientras me masturbo.

Hablo por teléfono con una agradable comercial de la empresa de turno.
Ella transcribe mi problema con su defectuoso producto.

Yo reviso mentalemtne las imágenes que pueblan esa parte de mi recuerdo a las que que sólo yo tengo acceso.

Te veo desnuda, con las muñecas marcadas por las cuerdas, lo reconozco esta vez me pasé, pero esta vez me tocaba a mí.

Demasiados días sin noticias tuyas, te lo tenía que hacer pagar caro.

¿Jeniffer, Melissa? ¿Como se llamaba de la atención al cliente?
Que voz más sosa y poco erótica, que diferencia de cuando me susurrabas todas esas guarradas al oído, y yo, esforzándome es escuchar, ansioso por beber esas denigrantes palabras.

Duro, ese día te dí duro, con todo mi cuerpo.
Terminé exhausto, tu dolorida.

Te lo merecías, tantos días sin saber de ti.
Me estaba volviendo loco. Necesitaba despojarme de tanta rabia hacia el mundo.

Mi petición ha sido atendida, me lo confirman en el momento que estallo, tus ojos en mi recuerdo, en mi memoria, con esa mezcla de odio, lujuria y deseo.



Otra batalla perdida.

Aún hay noches que me despierto empapado de sudor, inquieto, angustiado, erecto.
No sé muy bien si son pesadillas o no, cuando sueño contigo, nuestras batallas pasadas, no se pueden denominar de otra manera.
No sé si solamente nos follamos o nos intentamos destruir.

Recuerdo aquella noche que tras varias botellas de vino y conversaciones absurdas sobre el materialismo y la existencia del alma, salté sobre ti, para callarte, ya que me ganabas en la conversación, al menos, yo te hiciera daño de otra manera.

Hiciste que mi mundo materialista, ausente de espiritualidad se tambaleara, me hiciste daño.

Así que yo quise infringirte dolor de otra manera, a la fuerza abrí tus piernas, te negabas, me costó trabajo, pero aprendí de ti a clavar las uñas, tu suave y delicada piel de la cara interna de tus muslos se desgarró, a la fuerza abrí me camino hacia mi manjar favorito, al caer y golpearte contra el suelo, tus fuerzas desistieron, mi lengua en tu clítoris hizo el resto.

Mi cara mojada completa, cuando mordía el morado botón, no sabías si gritar o gemir, yo me tomé mi tiempo, lo comenzó con placer, empezaba a convertirsete en una tortura, deseabas que te penetrara de una vez, yo también, pero quería hacerte sufrir. Me golpeabas con tus muslos en mi cabeza, me dejabas sin oír unos minutos, cuando recobré el oído, no sabía si sollozabas o gemías, no podías golpearme con las manos, agarrabas fuerte las sábanas.

Yo no pude contenerme más, salté sobre ti, mis 80 kilos te aplastaban contra la cama, yo te ahoga a conciencia, me dejaste sin habla, yo me propuse dejaste sin respiración.

Por un momento pensé en que podrías morir asfixiada, no me importó, sólo quería venganza, ganar una batalla al menos.

Calculé mal, tres días sin saber de ti o de hembra alguna tiene sus efectos, me corrí estando encima tuya, aún así no me sali y seguí erecto empujándote contra la cama, pero no pude aguantar hasta tu muerte.

Otra batalla perdida.


domingo, 3 de marzo de 2013

Estás desnuda o al menos eso creo.

Valencia es una ciudad horrible, mire por donde mire sólo veo gente desagradable.
Sólo estoy aquí por una razón, no me sé controlar.

No recuerdo por qué empezó la pelea, sólo sé que se lo tenía merecido.
Aún tengo los nudillos doloridos y las botas ensangrentadas.
Salir corriendo con un trozo de madera incrustado en la pierna no es fácil, pero el subidón de adrenalina mereció la pena.

Llego al motel, me estás esperando, me miras con mala cara, yo casi sin musitar me meto en la ducha, el agua llega al sumidero rosa.

Aún me queda rabia y adrenalina corriendo por mis venas.
Te oigo entrar en el aseo, miro hacia el espejo y veo tu ropa caer al suelo.

Tu piel blanca y suave me hace enloquecer.

Quien diría que ayo antes trabajaba en una oficina gris, en un trabajo monótono y aburrido.
Ahora apenas llego a semidelincuente de barrios bajos y que frecuenta locales llenos de putas, yonkis y chulos.
Menos mal que no hablo mucho, me descubrirían al oír mis frases largas y con palabras extrañas.

El agua de la ducha cada vez sale más caliente, o tal vez sea yo.
Me rodeas con tus brazos desde mi espalda.
Gruño cuando rozas mis heridas, eso no te detiene, siempre te ha gustado hacerme sufrir.

Casi sin mediar miradas ya te he penetrado, noto como me clavas tus dientes ene l cuello, eso quiere decir que me he precipitado, pero no me importa.
Mientras te empujo contra la pared de la ducha aún oigo los gritos de aquel pobre desgraciado que se equivocó al meterse conmigo.

Estamos en la cama de este motel, salvajes, dejo que me cabalgues, agarro tus pechos, los cuales muerdo, lamo, acaricio. Recorro tus muslos a los que me asio como si fueran mi tabla de salvación que me mantienen en el loco mundo que me rodea.

Estoy agotado, cansado, mis manos empiezan a sentir el dolor de los golpes.
No quiero parar, empiezo a perder el sentido, ya no soy yo.
Me convierto en otro animal más de la creación, con el instinto de supervivencia a pleno rendimiento.
Caemos rodando de la cama, recibo más golpes, que encienden más mis venas, que tersan más mi verga, el dolor (que en antaño me provocaba una fobia casi patológica) ahora es una sensación tan parecida al placer, que a veces, no alcanzo a distinguir.

Abro los ojos, no recuerdo cuando desmayé, te veo junto a la ventana fumando un cigarrillo.
Pondero mis fuerzas, si atacarte de nuevo o intentar recuperarme, acurrucado en un rincón como un animal herido.

Estás desnuda o al menos eso creo.


Disfraces del alma.

Estamos a oscuras, iluminados vagamente por unas velas.

El color carne es dorado, el cuero negro brilla.

Yo, una vez fui callado y tímido.
Una chispa de lujuria recorre mis ojos.

Me transformo cada 65 días, en este cuartucho cerrado y olvidado de toda moral enferma.

Tú eres mi dueña y mi esclava.

Yo soy un perro y un lobo.



Habrá una gran lucha, donde los arañazos no provocarán dolor.


viernes, 1 de marzo de 2013

Imagínote dormida

Imagínote dormida aún antes de que amanezca.
En una enorme cama sin somier ni estructura, un jergón anónimo, perdido en una ciudad sin nombre.

Me he despertado antes de que despunte el sol, desvelado por mis malos pensamientos.
Camino como una animal enjaulado, por entre las paredes de aquella infecta guarida.

No hace frío, no hace calor, es un limbo en sus cuatro puntos cardinales.

Me debato entre dejarte descansar después de una larga y dura velada o...

Comienzo a recorrer tus piernas levemente con las yemas de mis dedos, casi sin tocarte, para percibir tu calor, un calor que aumenta en la cara interna de tus muslos, es extraño, ese calor hacer que un escalofrío recorra mi espalma, te mueves levemente,  dudo si parar, para no despertarte, pero el animal que habita en mi ya ha decidido.

Cada vez ejerzo un poco más de presión, mi vista se ha agudizado, mis sentidos están a mil, te retuerces en la cama, empiezas a lubricar, aún duermes, pero quieres despertar. Mis manos recorren todas tus formas, mi lengua entra en juego, me encanta el sabor salado, es mi desayuno preferido, tus uñas me hacen saber que ya estas despierta y que tienes más prisa que yo.

Intentas ponerte encima, en una pelea eterna donde el dolor es proporcional al placer mi corpulencia vence a tus delicadas formas.
Ahora me toca a mi morderte la espalda, la sangre mancha las sábanas, arañazos y mordiscos, desgarros de la piel.

A veces sueño que duermo y despierto, otras veces, despierto te sueño.