La recordaba como una gatita con pinta de leona,... o más bien una leona con pinta de gatita.
En todo caso un gran felino con apetito como para deborarme, pero que si sabía como tratar, no dejaría de ronronear.
Esos encuentros me encantaban, pocas palabras, mucha saliva y enseguida nos sobraba toda la ropa.
Recorrer un cuerpo interminable, que vibraba a cada caricia, oirla sonreir, cada vez que le clavaba mis dientes, sendientos de fluidos.
Me encanta sentir sus preciosos muslos retorcerse entre alrededor de mi cabeza, sus gemidos me despiertan un hambre atroz.
Agotado, tras un largo rato de "pelea" más cansado de lo que suelo estar, la enfermedad, la falta de horas de sueño, la fiebre, y varios días seguidos castigandome; hacen que ya no sea esa fiera que no hace tanto era. Aún así, no dejo trabajo sin terminar.
Recorrer su fría piel me da calor, enredarme en los rizos de su piel me estremece, ver su sonrisa pedir más, y más, y más; me da la fuerza y la sed.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
martes, 17 de noviembre de 2015
Una puerta que se cierra, una ventana que se abre.
Correr a oscuras es uno de mis deportes favoritos.
Es un suicidio en potencia, una ruleta rusa de la vida.
A veces la huída hacia adelante es lo más inteligente y suicida que se puede hacer.
Nunca termina nada, solo cambian las cosas, las situaciones, las circunstancias.
Una canción pesada suena en el transistor.
Conduzco cansado, no sé hacia donde, pero conduzco sin detenerme.
Agotado, cansado, buscándote, una vez más.
Es un suicidio en potencia, una ruleta rusa de la vida.
A veces la huída hacia adelante es lo más inteligente y suicida que se puede hacer.
Nunca termina nada, solo cambian las cosas, las situaciones, las circunstancias.
Una canción pesada suena en el transistor.
Conduzco cansado, no sé hacia donde, pero conduzco sin detenerme.
Agotado, cansado, buscándote, una vez más.
Piel
Una de mis pesadillas más recuerrentes, a la que suelo vovler cada vez que me siento sucio y miserable, es el contacto con tu piel.
Recuerdo las frías noches donde lo hacíamos todo arder.
Un par de copas de vino y una manta en el suelo. No hacía falta más.
La batalla siempre terminaba igual.
Tumbados, boca arriba, sedientos, agotados, heridos, satisfechos.
Tu piel es mi mayor veneno.
Recuerdo las frías noches donde lo hacíamos todo arder.
Un par de copas de vino y una manta en el suelo. No hacía falta más.
La batalla siempre terminaba igual.
Tumbados, boca arriba, sedientos, agotados, heridos, satisfechos.
Tu piel es mi mayor veneno.
Tinta, sudor y piel.
Boca-abajo, para que no me veas los ojos.
Te pongo boca-abajo, con la extraña ilusión que soy yo quien manda, quien tiene el control.
Mientras no soy más que una marioneta que baila cuando mueves sus hilos.
Saboreo tu sexo, con devoción, como me enseñaste, como me encanta hacer.
Mis dedos se clavan en tu trasero, como queriendo atravesar la piel.
Te oigo hablarme, en mi cabeza sólo suena el deseo de querer morderte los labios.
Tus tacones se clavan en mi costado, me alertan, el dolor es algo lejano, en este mar de deseo.
Levanto la cabeza, y con una sola mirada de un segundo me ordenas que me ponga boca arriba.
Te sientas sobre mi cara, para que pueda hacer mejor mi tarea.
Siento como bailas sobre mi. Como te retuerces, como gimes.
Mi sexo a punto de explotar y tu no quieres renunciar a tus orgasmos.
Cuando te levantas, me escupes en la cara, con ese desprecio que tanto me enciende.
Te pongo a cuatro patas, penetrándote por el culo, lentamente.
Tu te agachas, ya que quieres que te la meta entera, nunca es suficiente, nunca.
Yo por fin llego al orgasmo, como un disparo que me atraviesa la columna vertebral.
Te pongo boca-abajo, con la extraña ilusión que soy yo quien manda, quien tiene el control.
Mientras no soy más que una marioneta que baila cuando mueves sus hilos.
Saboreo tu sexo, con devoción, como me enseñaste, como me encanta hacer.
Mis dedos se clavan en tu trasero, como queriendo atravesar la piel.
Te oigo hablarme, en mi cabeza sólo suena el deseo de querer morderte los labios.
Tus tacones se clavan en mi costado, me alertan, el dolor es algo lejano, en este mar de deseo.
Levanto la cabeza, y con una sola mirada de un segundo me ordenas que me ponga boca arriba.
Te sientas sobre mi cara, para que pueda hacer mejor mi tarea.
Siento como bailas sobre mi. Como te retuerces, como gimes.
Mi sexo a punto de explotar y tu no quieres renunciar a tus orgasmos.
Cuando te levantas, me escupes en la cara, con ese desprecio que tanto me enciende.
Te pongo a cuatro patas, penetrándote por el culo, lentamente.
Tu te agachas, ya que quieres que te la meta entera, nunca es suficiente, nunca.
Yo por fin llego al orgasmo, como un disparo que me atraviesa la columna vertebral.
De la nada, apareció.
Medio dormido.
Como quien no ha conciliado el sueño en varios lustros.
Diambulaba por habitación, intentando abrirme paso hasta la puerta.
Cuando la abrí la puerta, en penumbra, apareció ella como un espectro.
Con un abrigo largo, negro, brillante.
Me empujó hacia dentro del dormitorio.
Sin hablar se abrió el abrigo, su piel desnuda resplandecía como si tuviera luz propia.
Me quedé sin respiración.
Mi cerebro recibió un chute de sangre, mis pupilas se afilaron como diminutos agujeros.
Mi sangre comenzó a picar bajo la piel y mi cuerpo se electrizó.
Dejé de tener el control de mis actos.
Cuando no me podía ponerme más contra la pared, la ayudé a ponerse de rodillas, buscando un enorme bulto que apretaba mi pantalón.
La dejé hacer.
Mi respiración se aceleró, mis músculos se tensaron.
La tumbé en la cama desecha y mirándola a los ojos con un sobredeseo, la penetré, firme, lentamente, y con toda la fuerza que tiene el mar.
Durante horas sentí sus uñas destrozando mi espalda, los dientes apretaban la carne hasta saborear la sangre.
Al final, tras una extenuación extrema, me corrí en su boca, subcionadora, cálida y destructiva.
Ambos, agotados, extasiados y satisfechos, nos miramos con rencor, odio y deseo.
Se levantó y se fue, en el tiempo que pude parpadear.
Se llevó su abrigo rojo brillante, me dejó su aroma impregnado en la pie.
Como quien no ha conciliado el sueño en varios lustros.
Diambulaba por habitación, intentando abrirme paso hasta la puerta.
Cuando la abrí la puerta, en penumbra, apareció ella como un espectro.
Con un abrigo largo, negro, brillante.
Me empujó hacia dentro del dormitorio.
Sin hablar se abrió el abrigo, su piel desnuda resplandecía como si tuviera luz propia.
Me quedé sin respiración.
Mi cerebro recibió un chute de sangre, mis pupilas se afilaron como diminutos agujeros.
Mi sangre comenzó a picar bajo la piel y mi cuerpo se electrizó.
Dejé de tener el control de mis actos.
Cuando no me podía ponerme más contra la pared, la ayudé a ponerse de rodillas, buscando un enorme bulto que apretaba mi pantalón.
La dejé hacer.
Mi respiración se aceleró, mis músculos se tensaron.
La tumbé en la cama desecha y mirándola a los ojos con un sobredeseo, la penetré, firme, lentamente, y con toda la fuerza que tiene el mar.
Durante horas sentí sus uñas destrozando mi espalda, los dientes apretaban la carne hasta saborear la sangre.
Al final, tras una extenuación extrema, me corrí en su boca, subcionadora, cálida y destructiva.
Ambos, agotados, extasiados y satisfechos, nos miramos con rencor, odio y deseo.
Se levantó y se fue, en el tiempo que pude parpadear.
Se llevó su abrigo rojo brillante, me dejó su aroma impregnado en la pie.
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