El agua hirviendo rebosa la bañera.
La música tenue, sal para curar las heridas, agua caliente, muy caliente.
Apago todas las luces, introduzco mi magullado cuerpo en ese líquido ardiente, para que mis músculos s desbloqueen, mi cabeza se olvide de las imágenes llenas de sangre y mi alma se adormezca.
A los pocos minutos, envuelto en vapor, mis ojos empiezan a llorar, expiando pecados cometidos mil veces.
Mis heridas palpitan, las de dentro y las de fuera.
Mi pequeño placer, mi lugar zen.
Algunos músculos se tensan, otros se relajan, un atisbo de sonrisa asoma por la comisura de mis labios.
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