Mis pesadillas son sueños eróticos con la mujer que deseo.
Sus muslos blancos humedecidos, un largo vestido de gasa bailando con la brisa, que deja transparentar un cuerpo deseoso.
Mis manos tensas, mis ojos fijas, noto las venas latir.
Mis boca salibar y mis pupilas son dos punto infinitamente pequeños centrados en un sólo objetivo.
Tanto recorrer ese infierno helado del exhilio, me había casi congelado el alma, el deseo, la líbido.
Ahora, a puertas del infierno, todo volvía a ebullir.
Ella allí, frente a mi, con esa sensualidad y feminidad exhultante que tanto encendía mi deseo.
Yo tan tenso, tan deseoso, como un niño en la mañana del seis de enero.
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