La mirada de soslayo desde el fondo del local.
Uno de esos bares que evocaban tiempos mejores, sofás de sky, cócterles, música de jazz suave...
Un local donde no habían relojes, ni tiempo, ni moral.
Ella alternaba con hombres que la buscaban, intentando embaucarla, como si alguien pudiera cazar a la loba.
Ella nunca me miraba, al menos eso pensaba ella que yo creía, no se había percatado de un espejo (de tantos), que me permitía verle observame cuando no la miraba.
Un traje de noche ajustadísimo, con una abertura que dejaba ver sus muslos, un peinado elaborado y pocas joyas, pero esquisitas.
Se movia como pez en el agua, sonreía, no paraba nunca de sonreír, como si ese fuera su gesto habitual.
Yo sentado al fondo del local, un vaso ancho y dos hielos que nunca se derretían en la mano.
Alguna fémina se sentaba a mi lado, yo sonreía de medio lado, pero ninguna se quedaba.
Pasaron horas, el alcohol transformaba a la seres, más ruidosos, más gesticulantes, más violentos en sus intenciones.
Su copa de chapán nunca se vaciaba, mi vaso de bourbon nunca estaba vacío.
Soy un hombre de paciencia, me divertía ver como los demás pretendientes iban y venía, de manera comíca, unos con la cabeza gacha, otros aceptando sonrientes su derrota.
jueves, 4 de julio de 2013
martes, 2 de julio de 2013
Sentada.
Estaba sentada en la repisa de la ventana, era de madrugada, madrugada de verano, el calor empapaba el cuerpo.
El sudor de la lucha aún resbalaba por nuestro cuerpo, ella ofreedía sus muslos desnudos a la brisa del mar que entraba por la ventana.
Yo tumabado en el suelo, intentando arrancarle un poco de frescor al pavimento encharcado.
29 horas de lucha sin cuartel, de alguna manera había que firmar la paz, tras un diambular por la soledad durante tantas lunas, por fin, esta brillaba más que nunca.
Mi mano acariciaba su muslo, jugueteando arriba y abajo. Sin pretensiones, por el placer del contacto.
Ninguno de los dos habíamos calvado colmillos esta vez, necesitábamos otra cosa antes de desgarrar el alma a bocados, buscábamos otra cosa, la edad no perdonaba, pero el deseo tampoco.
El sudor de la lucha aún resbalaba por nuestro cuerpo, ella ofreedía sus muslos desnudos a la brisa del mar que entraba por la ventana.
Yo tumabado en el suelo, intentando arrancarle un poco de frescor al pavimento encharcado.
29 horas de lucha sin cuartel, de alguna manera había que firmar la paz, tras un diambular por la soledad durante tantas lunas, por fin, esta brillaba más que nunca.
Mi mano acariciaba su muslo, jugueteando arriba y abajo. Sin pretensiones, por el placer del contacto.
Ninguno de los dos habíamos calvado colmillos esta vez, necesitábamos otra cosa antes de desgarrar el alma a bocados, buscábamos otra cosa, la edad no perdonaba, pero el deseo tampoco.
Heridas curadas, volviendo al castigo.
Mis pesadillas son sueños eróticos con la mujer que deseo.
Sus muslos blancos humedecidos, un largo vestido de gasa bailando con la brisa, que deja transparentar un cuerpo deseoso.
Mis manos tensas, mis ojos fijas, noto las venas latir.
Mis boca salibar y mis pupilas son dos punto infinitamente pequeños centrados en un sólo objetivo.
Tanto recorrer ese infierno helado del exhilio, me había casi congelado el alma, el deseo, la líbido.
Ahora, a puertas del infierno, todo volvía a ebullir.
Ella allí, frente a mi, con esa sensualidad y feminidad exhultante que tanto encendía mi deseo.
Yo tan tenso, tan deseoso, como un niño en la mañana del seis de enero.
Sus muslos blancos humedecidos, un largo vestido de gasa bailando con la brisa, que deja transparentar un cuerpo deseoso.
Mis manos tensas, mis ojos fijas, noto las venas latir.
Mis boca salibar y mis pupilas son dos punto infinitamente pequeños centrados en un sólo objetivo.
Tanto recorrer ese infierno helado del exhilio, me había casi congelado el alma, el deseo, la líbido.
Ahora, a puertas del infierno, todo volvía a ebullir.
Ella allí, frente a mi, con esa sensualidad y feminidad exhultante que tanto encendía mi deseo.
Yo tan tenso, tan deseoso, como un niño en la mañana del seis de enero.
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