Y el lobo abandona la helada cueva en lo alto de la montaña, bajanado, despacio, hacia en bosque, hacia el valle, buscando la humedad del rio de la vida.
La nieve aún en su pelaje y un invierno duro y frío, no han mermado su deseo.
El deseo de volver a saborear la carne tierna y dulce que ya saboreó.
En sus pupilar tatutadas imágenes que le acompañan en sus develos de madrugada, cuando solitario, auya a la luna, mirandola fijamente, conversando con ella de tú a tú.
El deseo y la energía son infinitos, y un sólo segundo de recuerdos, alimentan días enteros de errar caótico por la oscuridad.