Dicen que la violencia nunca está justificada.
Y estoy de acuerdo.
Pero lo que pasa en la alcoba no entiende de normas, ni de leyes, ni de moral.
Sobre todo si es consentido, si es buscado.
Control.
Perder el control.
Dejarse llevar.
Abandonarse.
Fluir.
Perro viejo no aprende trucos nuevos.
O si.
Mis ojos brillan en la oscuridad, mi boca saliva en silencio. Mis músculos se tensan bajo mi piel.
Cuando la temperatura empieza a subir.
Te veo entrar levitando en el cuarto.
Te sigo con la mirada.
Me miras a los ojos. Ves mis puños cerrados con fuerzas.
Me encanta cuando sin hablar ambos sabemos lo que va a pasar. Sabor a carne humana y miel, mismanjares favoritos. Busco un tesoro entre tus piernas, recibiendo espoladas en mi espalda, yo contraresto moridiendo tus muslos. Agarro tu culo con tal fuerza, que temo atravesar tu piel con mis dedos. Alguno se introduce incluso en tu carne, sin herir demasiado.
Te agarro del brazo como queriéndote tirar por la ventana, y te vuelco, con extrema violencia te pongo boca abajo, creo haberte oído pedir suavidad, de mi colmillo cuelga una pequeña gota de tus fluidos, tal vez saliva, tal vez sangre. Oígo metálico en mi cabeza y te penetro el ano, poco a poco, sin parar, casi explotando en la primera enbestida.
Veo como te retuerces, no se diferenciar si de dolor o de placer, creo que de las dos cosas, pero ya no soy duelo de mi, es el animal quien ordena mis movimientos, militricamente calculados.
El semen resbala por tus muslos, agotado desplomado sobre ti, no dejo que escapes, casi ni respirar, mi bocado aún atrapa tu carne, te retuerces de dolor, de placer, de éxtasis.