Me siento como un boxeador, medio noqueado.
Recibiendo golpes uno tras otro, gancho, gancho, directo, gancho...
No hay tiempo para reponerse del último impacto, todo va demasiado deprisa.
Golpe, golpe, golpe, golpe... nunca descanso.
El tilín nunca suena, para que me pueda ir a mi rincón a descansar aunque sea un momento.
Nunca saco la cabeza del hoyo, nunca levanto la vista del suelo.
Me recompongo, aprenderé a que cada golpe me haga más fuerte.
Saborearé el dolor y lo haré mi alimento.
Mientras, trago saliva con sabor a sangre, intento abrir mis ojos amoratados y vislumbrar otro asalto más en pie.