sábado, 11 de mayo de 2013

Chimenea y alfombra.

Quedé rendido, durmiendo sobre una enorme alfombra color burdéos.
A unos metros de la chimenea, que quedó encendida toda la noche.

Dormí, dormí profundamente, como quien no ha dormido nunca y arrastras el cansancio de varias vidas.

Desperté con una agradable sensación, sus labios acariciaban mi erecto pene, solo adiviné a reconocer su cabellera, que se movía con un delicioso y rítmico vaicén.

Después se puso de cuclillas sobre mí, me penetró con su coño, yo no era dueño de mi duro pene, ya no era yo el que decidía por el. Ella lo había hecho suyo, y jugaba con el a su antojo.

Me cabalgó una eternidad, sus duras y esculpidas piernas subían y bajaban su generoso trasero.
Sus muslos, regados por sus flujos, brillaban por el resplandor de las llamas, jadeaba, yo apenas podía respirar, estaba preso, clavado en el suelo, en una deliciosa tortura de extasis.

Se colocó ahora de rodillas, no pensaba dejarme participar, yo era un juguete más en sus manos, entre sus piernas.

Me oyó gruñir, gemir, me mandó callar, como quien ordena a un perro que se siente.

Sentí como su coño me atrapaba, me abrazaba, me dominaba.

Se corrió, yo no pude resisitirlo más, supcionó mi glande, para no desperdiciar ni una sola gota.

Se levantó y se marchó hacia la otra habitación.

Yo aún sin poder moverme, me dormí.